Lectura Con El Pueblo De Dios 8: La PazEjemplo

Isaías 9:6-7

"Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz.7Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre.El celo de Jehová de los ejércitos hará esto".

El profeta Isaías logra resumir en dos versículos la esperanza inconmensurable del mundo. ¿La esperanza de paz? Sí. ¿La esperanza de conquistar el miedo? Sí. ¿La esperanza de justicia y rectitud? Sí. Esta esperanza de todas las personas, de todos los tiempos, en todas partes, descansa sobre los hombros de un solo hombre. No se trata de un movimiento o una institución. No estamos confiando en una causa revolucionaria o un programa gubernamental. Todos los ojos están puestos en un niño, un Hijo, que nace para nosotros y recibe el nombre de Jesús.

Él es el Admirable Consejero que, incluso siendo un niño de doce años, asombraba a los maestros de la ley con su entendimiento (Lucas 2:47) y, como adulto, era la encarnación de la sabiduría. Es el Dios Fuerte, completamente divino con su Padre, quien “se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” (Filipenses 2:7). Es el Padre Eterno en el sentido de que, con amor paternal, nos invita a acercarnos a él, para recibir de su compasión, perdón y un lugar en la familia de Dios. Es el Príncipe de Paz, que nos da una paz “no como la da el mundo” (Juan 14:27), sino una paz que “sobrepasa todo entendimiento,” que guarda nuestros corazones y mentes contra todos los ataques de las fuerzas del mal (Filipenses 4:8).

Isaías dice que este niño real se sentará “en el trono de David,” un hecho que se confirma cuando el ángel Gabriel le dijo a María que su hijo “será grande y será llamado Hijo del Altísimo. Y el Señor Dios le dará el trono de su padre David” (Lucas 1:32-33). Gabriel añade: “Y su reino no tendrá fin” (1:33), repitiendo lo que Isaías ya había dicho: “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán fin” (Isa. 9:7).

En Cristo, somos parte de este reino, bautizados en su ciudadanía celestial. Él reina sobre nosotros en amor. Su trono es uno de gracia. Todas nuestras esperanzas están en él, y en él, todas nuestras esperanzas son seguras y ciertas.

Oh Príncipe de Paz y Dios Fuerte, esperanza de todos los confines de la tierra, pon sobre nosotros tu escudo de amor, protégenos de todo peligro y mantennos siempre fieles como ciudadanos de tu reino de misericordia. Amén.