Cómo leer el ApocalipsisMuestra

Una vez más, Juan nos lleva a lo que parece ser el punto culminante, y entonces nos deja en suspenso. Nos dijo que había siete ángeles con siete trompetas. Esto nos dio a entender que al sonar la séptima trompeta llegaría el fin. Las primeras tres trompetas pasaron con relativa rapidez; la cuarta y quinta, no tanto. Ahora la sexta parece estar a punto de terminar, pues se anunciaron tres ayes dentro de ella y ya hemos visto los dos primeros. ¡Falta solamente un ay para que se escuche el sonido de la séptima y última trompeta! Pero ahora, cuando esperábamos el tercer ay, Juan nos habla de otra visión.

Lo que más llama la atención en el capítulo 10 de Apocalipsis es el librito que el ángel le da a Juan. Todo este capítulo nos recuerda el pasaje de Ezequiel 2:9–3:11, que en cierto modo es el llamado de Ezequiel. Bien puede decirse que esta visión, precisamente en el centro del Apocalipsis, confirma el llamamiento de Juan como profeta y nos asegura que su mensaje, como el de Ezequiel, viene de Dios.

Como Ezequiel en su visión, Juan recibe el mandato de comerse el libro. Y, como Ezequiel, Juan comenta sobre su sabor. Pero, mientras que Ezequiel dice que el rollo era «dulce como la miel», Juan dice que «en mi boca era dulce como la miel, pero cuando lo hube comido amargó mi vientre». Aparentemente, el mensaje que Juan ha de proclamar no es de su agrado; pero es mensaje de Dios, y tiene que anunciarlo. Tristemente, a través de la historia ha habido numerosos cristianos que, al anunciar las calamidades que han de venir, parecen regodearse en esas calamidades, y darse gusto anunciándolas. Tal no es el caso de Juan. Anuncia las calamidades porque es lo que se le ha ordenado; pero no se regocija en ellas.