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Joel 2:1-17

Joel 2:1-17 NTV

¡Toquen las trompetas en Jerusalén! ¡Den la alarma en mi monte santo! Que todos tiemblen de miedo porque está cerca el día del SEÑOR. Es un día de oscuridad y penumbra, un día de nubes densas y sombras profundas. De repente, como el amanecer se extiende sobre las montañas, aparece un ejército grande y poderoso. Nunca antes se había visto algo semejante, ni volverá a verse jamás. Fuego va delante del ejército y llamas detrás. Delante de ellos, la tierra se extiende tan hermosa como el jardín del Edén. Detrás solo queda desolación; nada escapa. Parecen caballos; van a la carga como caballos de guerra. Mírenlos saltar a lo largo de las cumbres. Escuchen el estruendo que producen, como el retumbar de carros de guerra, como el rugir del fuego que arrasa los campos de hierba seca o el despliegue de un poderoso ejército en batalla. El miedo se apodera de la gente; cada rostro palidece de terror. Los agresores marchan como guerreros y escalan los muros de la ciudad como soldados. Marchan hacia adelante, sin romper filas. No se empujan unos a otros; cada uno se mueve en la posición exacta. Atraviesan las líneas de defensa sin perder la formación. Irrumpen en la ciudad y corren a lo largo de sus muros. Se meten en todas las casas; como ladrones trepan por las ventanas. La tierra tiembla mientras avanzan y los cielos se estremecen. El sol y la luna se oscurecen y las estrellas dejan de brillar. El SEÑOR va a la cabeza de la columna; con un grito los guía. Este es su ejército poderoso y ellos siguen sus órdenes. El día del SEÑOR es algo imponente y pavoroso. ¿Quién lo podrá sobrevivir? Por eso dice el SEÑOR: «Vuélvanse a mí ahora, mientras haya tiempo; entréguenme su corazón. Acérquense con ayuno, llanto y luto. No se desgarren la ropa en su dolor sino desgarren sus corazones». Regresen al SEÑOR su Dios, porque él es misericordioso y compasivo, lento para enojarse y lleno de amor inagotable. Está deseoso de desistir y no de castigar. ¿Quién sabe? Quizá les suspenda el castigo y les envíe una bendición en vez de esta maldición. Quizá puedan ofrendar grano y vino al SEÑOR su Dios, como lo hacían antes. ¡Toquen el cuerno de carnero en Jerusalén! Proclamen un tiempo de ayuno; convoquen al pueblo a una reunión solemne. Reúnan a toda la gente: ancianos, niños y aun los bebés. Llamen al novio de su habitación y a la novia de su cuarto de espera. Que los sacerdotes, quienes sirven en la presencia del SEÑOR, se levanten y lloren entre la entrada del templo y el altar. Que oren: «¡Perdona a tu pueblo, SEÑOR! No permitas que tu preciada posesión se convierta en objeto de burla. No dejes que lleguen a ser la burla de los extranjeros incrédulos que dicen: “¿Los ha abandonado el Dios de Israel?”».

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