Tocad trompeta en Sión,
y sonad alarma en mi santo monte.
Tiemblen todos los habitantes de la tierra,
porque viene el día del SEÑOR,
porque está cercano;
día de tinieblas y lobreguez,
día nublado y de densa oscuridad.
Como la aurora sobre los montes, se extiende
un pueblo grande y poderoso;
nunca ha habido nada semejante a él,
ni tampoco lo habrá después
por años de muchas generaciones.
Delante de él consume el fuego,
y detrás de él abrasa la llama.
Como el huerto del Edén es la tierra delante de él;
y detrás de él, un desierto desolado,
y de él nada escapa.
Como aspecto de caballos es su aspecto,
y como corceles de guerra, así corren.
Como estrépito de carros
saltan sobre las cumbres de los montes,
como el crepitar de llama de fuego que consume la hojarasca,
como pueblo poderoso dispuesto para la batalla.
Ante él tiemblan los pueblos,
palidecen todos los rostros.
Como valientes corren,
como soldados escalan la muralla;
cada uno marcha por su camino,
y no se desvían de sus sendas.
No se aprietan uno contra otro,
cada cual marcha por su calzada;
y cuando irrumpen por las defensas,
no rompen las filas.
Se lanzan sobre la ciudad,
corren por la muralla,
suben a las casas,
entran por las ventanas como ladrones.
Ante ellos tiembla la tierra,
se estremecen los cielos,
el sol y la luna se oscurecen,
y las estrellas pierden su resplandor.
El SEÑOR da su voz delante de su ejército,
porque es inmenso su campamento,
porque poderoso es el que ejecuta su palabra.
Grande y terrible es en verdad el día del SEÑOR,
¿y quién podrá soportarlo?
¶Aun ahora —declara el SEÑOR—
volved a mí de todo corazón,
con ayuno, llanto y lamento.
Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos;
volved ahora al SEÑOR vuestro Dios,
porque Él es compasivo y clemente,
lento para la ira, abundante en misericordia,
y se arrepiente de infligir el mal.
¿Quién sabe si volverá y se apiadará,
y dejará tras sí bendición,
es decir, ofrenda de cereal y libación
para el SEÑOR vuestro Dios?
Tocad trompeta en Sión,
promulgad ayuno, convocad asamblea,
reunid al pueblo, santificad la asamblea,
congregad a los ancianos,
reunid a los pequeños y a los niños de pecho.
Salga el novio de su aposento
y la novia de su alcoba.
Entre el pórtico y el altar,
lloren los sacerdotes, ministros del SEÑOR,
y digan: Perdona, oh SEÑOR, a tu pueblo,
y no entregues tu heredad al oprobio,
a la burla entre las naciones.
¿Por qué han de decir entre los pueblos:
«Dónde está su Dios»?