Un discipulado trascendenteMuestra

Discipulado es crucificar nuestras pasiones, sueños y visiones

Hace un tiempo, leí una triste y patética historia acerca de un predicador que soñaba con establecer un ministerio deslumbrante, famoso y lleno de poder. Pero cuando los milagros que había esperado no se materializaron, recurrió a la fantasía, distorsionaba las entrevistas, creaba sucesos imaginarios, manejaba mercadeo y publicidad de manera desmedida; esperando que esto le trajera el respeto de los demás y terminó convirtiéndose en un esclavo de sus visiones de grandeza, un cautivo de sus propias expectativas. Su motivación subconsciente, era la de ganar el asombro y la admiración del mundo cristiano mediante la realización de hechos heroicos, supuestamente «para la gloria de Dios». Sus pasiones, sueños y visiones nunca fueron crucificados. 

En realidad, él no había sido libre de la presión por el triunfo y los resultados. Nunca experimentó el alivio que produce no tener que demostrar nada, ni perder nada. Tenía una falsa percepción del ministerio y lo que es ser un fiel servidor del reino y por esa razón, deseaba servir a Dios de tal manera que él mismo, pudiera recibir la gloria.

En contraste, un hombre muerto ha sido liberado para hacer todas las cosas para la gloria de Dios, como enseñó Pablo a los romanos. Coloca todo lo que es y todo lo que tiene, a la permanente disposición de Dios. Su sumisión al señorío de Cristo lo fortalece para agradar a Dios en cada decisión que toma, cada palabra que dice, cada pensamiento que concibe. Un discípulo del reino, contempla toda su vida y ministerio como un acto de permanente adoración. La muerte a sí mismo, lo libera para regocijarse en su unión amorosa con el Padre. La muerte a uno mismo es el mandato precursor para convertirse en un discípulo auténtico y efectivo.

Ninguna persona que no haya experimentado morir a sí misma, puede calificar como eslabón legítimo en el proceso del discipulado, porque no está capacitada para reproducir la vida de Cristo en otros. Así lo afirmó con claridad meridiana y de manera categórica Jesús, cuando dijo: Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. Sin reproducción no hay discipulado.