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SÉPTIMO DÍA: MEJORES JUNTOS 

La catedral de Milán es una de las catedrales más hermosas de Italia y la tercera más grande del mundo. Su historia es fascinante: una iglesia en construcción durante casi 600 años. ¿Te imaginas una iglesia construida por más de 20 generaciones de constructores, artesanos y albañiles? 

Una iglesia como esa requiere varias cosas, y la principal entre ellas es una visión centralizada y gente dispuesta. ¿Te imaginas a la gente de Milán dándose por vencida a mediados del siglo XVII, o peor aún, a principios del siglo XX, cuando los toques finales estaban tomando forma después de 500 años de espera? Pero la gente no sólo tenía que estar dispuesta, también tenía que estar unida en su visión y ser generosa con sus vidas independientemente del papel que desempeñaran. No fue una sola familia la que construyó la catedral; la historia de la catedral es el encuentro de toda una ciudad y región dedicada a construir algo grande para la gloria de Dios. 

Cada vez que vemos una iglesia, no debemos ver solo un edificio hermoso. Más bien debemos ver el himno de un pueblo que ha unido sus manos para crear algo que perdure con paso del tiempo. Debemos ver un edificio que le habla a la ciudad, a la nación y al mundo acerca de la Gloria de Dios. Cada ladrillo, cada piedra, es una madre soltera, una pareja joven, un maestro de escuela, un estudiante, un jubilado, una viuda, un niño con un puesto de limonada o un repartidor de periódicos, un millonario, todos aportando a la vez sus ladrillos y piedras; poniendo su parte en la construcción de la casa de Dios. 

A veces devaluamos nuestra ofrenda; la retenemos o perdemos la oportunidad que se presenta en aquello que tenemos para traer a la casa de Dios. La realidad es que no fue una sola generación la que construyó el Duomo de Milán, y no es una sola persona o generación la que se requiere para construir el reino de Dios. Dios nos está usando a todos, sin importar cómo llegamos aquí, en lo que Él está construyendo. Dios nos está pidiendo que miremos los materiales que tenemos en nuestras manos, en nuestros graneros, y que comencemos a usarlos para construir la casa de Dios. No depende de mí ni de ti; depende de todos nosotros, todos, haciendo nuestra parte colectivamente, colocando nuestro ladrillo, nuestra ofrenda, nuestra piedra en el edificio de la casa de Dios en esta gran ciudad. La verdad es que en todo esto somos mejores juntos. 

¿Te unirías a nosotros durante esta temporada del Corazón para la Casa para considerar cómo puedes tomar parte en la construcción de la casa de Dios en nuestras ciudades?