MUCHOS PROBLEMAS, UNA SOLA CUESTIÓN

Tras toda problemática humana, cuando se van corriendo las cortinas de los síntomas y se busca en profundidad la cuestión de fondo, siempre encontraremos un problema de paternidad.

Si pensamos en los problemas en torno de las adicciones, de las disputas matrimoniales, de las crisis de identidad sexual, de la avaricia o de la violencia doméstica, entre otros, aflorará un problema mayor: la falta de una figura paterna en nuestras vidas.

¿Por qué el olvido práctico de una relación personal e íntima con Dios Padre es tan grave? Porque solo la relación paterno-filial con Dios puede llenar el vacío existencial que remite a nuestra carencia de paternidad.

Dicha carencia, común a todas las personas, no solo debe verse desde la perspectiva psico-emocional, sino primeramente desde la espiritual. Según la Biblia, la decisión de Adán y Eva de separarse de su Padre creador hizo que también nuestra relación con él se rompiera.

La venida de Jesucristo al mundo, y su muerte en la cruz, ha permitido nuestra reconciliación con el Padre. Porque Jesucristo es el camino al Padre (Juan 14.6). También se nos dio el Espíritu Santo, el Espíritu de adopción, para que seamos hijos en plena relación con el Padre.

Nuestro enemigo, el diablo, se presenta engañosamente como un padre alternativo, con el fin de conducirnos a intentos vanos para llenar nuestro vacío. Mediante la «estopa» de cosas, de logros o de relaciones mantiene insatisfecha nuestra hambre de paternidad.

Por tanto, es preciso pensar en la importancia del evangelio como agente restaurador de nuestra relación con Dios Padre. Por medio del sacrificio redentor de Cristo, el Padre  te ha adoptado como su hijo. ¿Lo has adoptado tú como tu Padre?