Llegaron Ya...Muestra

Cuando el rey Herodes se enteró que el Niño habría de nacer, automáticamente trató de indagar un poco más acerca del nacimiento del Mesías. Sin dudas era un evento trascendente para la historia de la humanidad y tenía que manifestarse alguien en oposición y esa resistencia se encontraba dentro del mismo territorio donde iba a llegar quien iba a provocar un revuelo religioso.

Postrarse ante Dios suena sencillo pero cuando realmente decidimos renunciar a todo, negarnos a nosotros mismos para ir en pos de Jesús somos resistidos y nuestra oposición no está fuera sino dentro de nuestra propia naturaleza. Es nuestra naturaleza adámica la que nos vence, nos seduce a tomar nuestro propio camino y no el camino que Dios nos muestra que debemos tomar como les fuera revelado a los magos.

Pablo escribió a los romanos; “mi hombre interior se deleita en Dios” pero mi cuerpo me lleva a otro lado y hago lo que no quiero. Nuestro espíritu anhela las cosas de Dios, desea a Dios, vivir en su presencia, adorándole pero nuestro cuerpo nos lleva al camino totalmente opuesto.

Herodes representa nuestro yo. Nuestro egoísmo que se pone inquieto, nos pone en estrecho e indaga constantemente sobre lo que vamos a hacer cuando nuestro espíritu, que es nuestra parte más profunda, desea estar ante el Rey y postrarse, derramarse ante Cristo y pertenecerle solo a Él.

Cada vez que somos vencidos por nuestros deseos egoístas vivimos nuestra vida en modo Adán, que es figura de nuestra naturaleza caída. Pero Adán fue hecho de la tierra por eso piensa en la cosas terrenales, en lo pasajero, mas Cristo es el pan de vida que descendió del cielo y le dio vida a los hombres juntamente con El. Adán es alma viviente, es cansancio, es esfuerzo, es sacrificio, es emoción, hace las cosas por un tiempo y luego las abandona por la mitad, pero Cristo es espíritu vivificante, y vivir en modo Cristo no es esfuerzo humano, es rendición, es hacer la voluntad del Padre.

Adorar a Dios es gratuito pero nos cuesta todo, el precio es 24 hs. 365 días al año si de números hablamos. El amor de Dios nos empuja pensando esto: que si uno murió por todos y por todos murió para que los que ahora viven no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.