Desafíos De La Nueva GeneraciónMuestra
Los escándalos sexuales de la farándula cristiana y las acusaciones de abusos contra pastores y líderes han llenado los tabloides. Se acusa a la Iglesia de espiritualizar el problema, demorar las soluciones concretas, promover una cultura del silencio que habilita esos pecados y poner el buen nombre de sus líderes por encima del pedido de las víctimas. Las tácticas narcisistas de ciertos referentes, la invocación de una cuestionable autoridad espiritual, el aislamiento cultural de muchas comunidades y una actitud a menudo recelosa hacia las mujeres hacen que el abuso y el acoso se conviertan en una cizaña muy difícil de detectar y eliminar.
El dilema se hace más complicado al considerar el consejo que dio Pablo a la Iglesia de Corinto, que enfrentaba también un escándalo sexual dentro de sus filas: «¿Cómo se atreve a presentar una demanda y a pedirle a un tribunal secular que decida sobre el asunto, en lugar de llevarlo ante otros creyentes?» (1 Co. 6:1). Acaso «¿no hay nadie en toda la iglesia con suficiente sabiduría para decidir sobre esos temas?» (vs. 5).
Para aquellos que buscamos la guía de Dios en el consejo de la Escritura, pareciera que estas palabras efectivamente obligan a una resolución a puertas cerradas: renunciar a cualquier denuncia penal, presentar el caso a los líderes de la comunidad y esperar a que ellos resuelvan adecuadamente el asunto.
Pero, ¿qué pasa si la misma estructura está corrompida y la justicia escasea al interior de esas comunidades que más la necesitan? ¿Qué deberíamos hacer si la experiencia nos ha mostrado —para nuestro enorme desconsuelo— que en muchas iglesias no hay nadie con la sabiduría, el poder, las herramientas, la paciencia o la valentía para hacer algo concreto con todo esto?
La Iglesia no puede hacer la vista gorda a los delitos que se cometen en el interior de la comunidad cristiana. Poco vale invocar los mejores argumentos de la apologética para convencer a los no creyentes de la veracidad de la Biblia si las iglesias y los ministerios cristianos dejan impunes el abuso y el acoso sexual. Poco valen la apariencia de piedad, el discurso moralista, la erudición bíblica, el orgullo de ser portadores de sana doctrina o de servir activamente a la sociedad si, a los ojos de nuestros contemporáneos, la Iglesia habilita los comportamientos narcisistas o se desentiende de las víctimas.
La comunidad cristiana del siglo XXI debe convertirse en un espacio de salud y dignidad: una casa de cuidado, apertura y confesión. Nuestra capacidad para predicar el perdón de los pecados a todos aquellos que lo pidan va estrictamente de la mano con nuestra responsabilidad para llamar al pecado por lo que es y ofrecer estrategias de protección, restauración y justicia que honren el Evangelio. «¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe si no lo demuestra con sus acciones?» (Stg. 2:14).
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Escrituras
Acerca de este Plan
Cambios sociales, políticos, económicos y culturales por todos lados. El mundo en el que hoy vivimos no es el mismo en el que vivían nuestros padres. Los desafíos son enormes. Más que nunca, necesitamos preguntarnos: ¿qué significa para nosotros hoy ser testigos del Evangelio de Jesucristo?
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