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La oración intercesora – parte III: La importunidad que prevalece

“¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis niños están conmigo en cama; no puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo, por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite” (Lucas 11:5-8).

La oración intercesora persevera hasta vencer cualquier contratiempo. No desiste, ni se rinde, ni desfallece, tal como la fe del amigo hospedador, que se niega a aceptar que se le rechace la petición. Esta es la lección central de la parábola en relación con la oración intercesora.

En nuestra intercesión podemos tropezar con dificultades, obstáculos, demoras en la respuesta, y aparente negativa o silencio de Dios; pero necesitamos perseverar hasta obtener la respuesta de Dios, en la confianza de que Él nos oye y atiende nuestras peticiones.

El hospedador de esta parábola necesitaba de la importunidad, impertinencia y descaro para lograr que le escucharan. Pero en la oración dirigida a Dios, la dificultad no está de parte de Él, sino de parte nuestra. Es nuestra falta de preparación, nuestra renuencia a perseverar delante de Dios, nuestra falta de intimidad y confianza al acercarnos a Dios, la debilidad de nuestra fe para creer que Dios lo puede hacer, lo que impide que prevalezcamos en oración.

Dios está buscando intercesores sobre los cuales poner la carga por las necesidades de este mundo. Ese es el origen de la intercesión: el interés y la responsabilidad que se asume por una necesidad.

El amigo que llegó a medianoche, a una hora completamente inoportuna, tenía hambre y no tenía dinero para comprar pan. Entonces, el hospedador tomó la decisión de interceder ante su amigo rico para solventar esa necesidad.

La oración intercesora es la oración que expresa una sentida necesidad. Si queremos orar como intercesores, tenemos que abrir nuestro corazón para ver e identificarnos con las necesidades de los que nos rodean.

Por otra parte, interceder demanda reconocer nuestra incapacidad para satisfacer por nuestros propios recursos las necesidades de otras personas, tal como el hospedador: “no tengo que ponerle adelante”.

El reconocer que somos incapaces es el alma de la intercesión, porque nos impulsa y empuja a acudir a Dios.

Para reflexionar:

·¿Por cuál necesidad te sientes atraído y motivado para marcar una diferencia?

·¿Cuando intercedes en oración delante de Dios, perseveras hasta obtener su respuesta?