La oración eficazMuestra
Superando la barrera de la intimidad
No necesitamos ir a Dios con una oración formal – con protocolos y reglas – como los fariseos del tiempo de Jesús. Podemos acudir a Dios, en el estado en que nos encontremos: aturdidos, confundidos, molestos, temerosos, impacientes, vacilantes, fluctuantes, incrédulos, desanimados o eufóricos. Necesitamos asegurarnos de que el yo real nuestro es el que está orando delante de Dios, y no un yo enmascarado.
A muchos creyentes les cuesta experimentar la intimidad con Dios, tal vez por pena, vergüenza, miedo, falta de confianza; pero eso es un desperdicio de tiempo. No tenemos por qué avergonzarnos o aparentar delante de Áquel que están todas las cosas desnudas. Por una parte, Dios nos conoce perfectamente. Aún Dios sabe de antemano qué hay en nuestro corazón y qué vamos a decir: “Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmo 139:4).
C.S. Lewis escribió: “Debemos poner delante de Él lo que está en nosotros, no lo que debería estar en nosotros”. Una frase al orar es “estar expuestos delante de Él”. Por supuesto que exponerse no es fácil, pero delante de Dios no estamos expuestos para juicio, rechazo, crítica, desaprobación o repudio; pues Dios es nuestro Padre amante y misericordioso. Puedo, pues, presentar los detalles íntimos de vida, sin temor, pues Él es el Dios de la gracia.
Cuando podemos acudir a Él con sinceridad, entonces, la oración se convierte en un espacio para explorarme, conocerme y percibirme a mí mismo tal como soy, puesto que ya Dios sabe cómo soy. El beneficio de orar no es para Dios, sino para nosotros mismos.
Necesitamos acudir a Dios en oración con la actitud correcta, en sinceridad y humildad. Entonces en ese tiempo tan especial con Dios, Él permite que su luz escrutadora nos examine, nos revele a nosotros mismos, partes que aún nosotros desconocíamos de nuestra vida y personalidad. En ese momento experimentamos lo dicho en el Salmo 139:23-24: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno”.
El resultado del tiempo que se invierte en la oración, y de la iluminación recibida a través de ella, es un cambio y una transformación mental, emocional y espiritual. Quien sale beneficiado con la práctica de la oración no es Dios, sino el creyente. Al respecto comenta Soren Kierkegaard: "La oración no cambia a Dios, pero cambia al que ora".
Para reflexionar:
·¿Desnudas las partes más íntimas y profundas, más ocultas de ti mismo, cuando acudes a Dios en oración?
·¿Cómo te siente en esos momentos de intimidad con Dios, a través de la oración? ¿Como extranjero, advenedizo y forastero, o como un hijo aceptado en Cristo y amado entrañablemente? Los cristianos formamos parte de la familia de Dios. Anímate a entrar en la intimidad con Dios tu Padre Celestial.
Escrituras
Acerca de este Plan
La oración cristiana es una relación de Alianza entre Dios y el hombre en Cristo. La definición más básica de la oración es "hablar con Dios". La oración no es meditación o reflexión pasiva; es dirigirse directamente a Dios, en un diálogo abierto. La oración nos acerca a Dios y nos conecta con Él.
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Nos gustaría agradecer a Arnoldo Arana por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://vidaefectiva.com/