Aceptémonos Unos A OtrosMuestra

Los persas también necesitan un Salvador En el mundo antiguo todos suponían que la religión era regional. Cada nación y cada tribu tenían sus propias deidades. Y aunque fueran leales a las deidades propias, también aceptaban la existencia y el poder de los dioses de otros. El que nació en Belén es el Único. El Único. Sólo hay un Creador, que en su gran amor por la humanidad, ordenó un solo plan de rescate. Su Hijo se encarnó y nació como nacemos todos, nació para vivir como nuestro sustituto y nació para tener un cuerpo que ofrecer como sacrificio final por el pecado. Algunos verdaderos creyentes de la clase gobernante del imperio parto, que incluía gran parte del antiguo imperio persa (iranio), fueron honrados con el anuncio de un milagroso nacimiento divino. Una luz brillante, creada en los cielos para esta ocasión, que aparentemente sólo ellos veían como una estrella, los guió a Jerusalén en busca del Único. “Cuando Jesús nació, en Belén de Judea, en días del rey Herodes, llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntando: —¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, pues su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo” (Mateo 2:1,2). El reino de los partos era mucho más grande y mucho más poderoso que el pequeño Israel. Los reyes magos eran mucho más ricos y de más alta posición social que los humildes María y José; pero creyeron el mensaje divino de que su salvador, el Único, estaba en la cuna delante de ellos. Se inclinaron ante él y le dieron regalos, regalos dignos de un rey. Su rey.