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Libérame de las prisiones mentales: Orgullo Con mucha frecuencia se congregan personas adoloridas alrededor del féretro de alguien que murió antes de lo esperado. Cuando la persona ha fallecido, ya no es posible decirle “lo siento”, “la culpa fue mía”, “no peleemos más”, “me hace falta tu amistad”. El orgullo es un amo terrible, nos tiene tan concentrados en nuestras heridas y sentimientos que no notamos el dolor que hay en otros, incluso el dolor que les hemos causado. El orgullo hace que todo gire siempre alrededor de Mí. El orgullo convierte los malentendidos en discusiones y las discusiones en peleas. El orgullo hace que la gente esté de mal humor, cavilando sobre el inalterable pasado. El orgullo seduce a pensar que uno es inocente y libre de todo. Esto es lo que san Pablo tuvo que aprender de la manera difícil: “Así que el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12). Jesús tiene la cura. Jesús es la cura. En primer lugar, demostró verdadera humildad personal. Vino a nuestro mundo y se despojó a sí mismo de todo esplendor celestial, tomando la forma y la naturaleza de un esclavo; se sometió a las leyes de Dios y del César y las cumplió por nosotros. Se entregó a una muerte horrible en la cruz de la expiación. Resucitado y glorificado, ahora nos llama a creer en él y ser como él, “orgullosos” de ser siervos humildes. Esa es la cura para el orgullo, hallar alegría en hacer que la vida de otras personas sea mejor.