El Camino Del AdoradorMuestra
- Primer Paso: Conocer a Dios (Ver. 1-3)
El año de la muerte del rey Uzías vi al Señor sentado en un trono alto y excelso; las orlas de su manto llenaban el Templo. Por encima de Él había serafines, cada uno de los cuales tenía seis alas: con dos de ellas se cubrían el rostro, con dos se cubrían los pies y con dos volaban. Y se decían el uno al otro: «Santo, santo, santo es el Señor de los Ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria».
En el caso de Isaías, Dios se revela en una visión, donde deja ver no solo su esplendor como Rey, sino su grandeza, majestad y poderío, hasta el punto de que se describe cómo los ángeles o serafines se cubrían delante de Él. Dice que las orlas de su manto llenaban el Templo, y que solo al verlo le podían decir Santo, Santo, Santo.
Nosotros hoy, por la Palabra, tenemos el privilegio de leer y tener revelación continua y constante del conocimiento de quién es Él. Él nos habla, nos anima, nos exhorta y nos corrige en la relación que cada uno va desarrollando con Él.
- Llegamos a conocer a Dios porque lo experimentamos obrando en nuestra vida, tocándonos, cambiándonos.
- Cuando nos relacionamos con Dios, descubrimos su carácter. Sabemos que Él es consolador porque nos ha consolado en nuestras aflicciones.
- Sabemos o conocemos que Él es nuestro Padre cuando tiene esos detalles de delicadeza y cuidado con nosotros.
- Sabemos que Él es nuestro buen consejero cuando nos ayuda a salir de los problemas.
Isaías nos dice que cuando Dios se le reveló, había serafines que le adoraban y decían: «Santo, Santo, Santo es el Señor de los Ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria».
Mi pregunta es: ¿Nos acercamos a Él con esa reverencia? No porque tengamos que decir palabras elaboradas o complicadas, sino más bien, la pregunta va dirigida a: cada vez que oramos y leemos la Palabra, ¿somos conscientes de que estamos delante del Rey de Reyes?
La creencia central del ateísmo o del materialismo es que no hay trono; no hay asiento de autoridad o poder ante el cual todo el universo deba responder. Por eso es que el hombre sin Dios hace lo que le place, porque cree que no tiene a alguien superior a él, al cual algún día debe rendirle cuentas de su vida.
La creencia central del humanismo es que sí hay un trono, pero el que se sienta en ese trono es el Ego, el egocentrismo. El hombre es el centro de la exaltación: primero yo, segundo yo, tercero yo. El centro de atención, el centro de todo lo que hace, y el egocentrismo es considerarse un dios para sí mismo.
Pero la Biblia deja en claro que sí hay un trono, el cual ocupa el Rey Soberano, Jesucristo el Señor. La pregunta es, ¿cómo entonces podemos adorar o reverenciar al Señor en medio de nuestra relación con Él?
En el Evangelio de Mateo, Jesús nos ha enseñado que, por medio de la oración, podemos entrar al trono de su gracia y de forma reverencial adorarle. Mateo 6:9: “Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”. Dice allí que cuando nos acerquemos a Él, recordemos que no solo estamos frente al Gran Rey y Señor, sino que también estamos frente a nuestro Padre.
Isaías tuvo el privilegio de ver a Dios sentado en el trono como Señor Soberano. Lo vio en plena majestad, pero nosotros, gracias a Jesucristo, podemos verle como Padre y Dios Soberano. Ahora, el encuentro de Dios con Isaías produjo algo en él, en su interior, que lo llevó a dar un siguiente paso.
Escritura
Acerca de este Plan
El ser humano tiende a buscar figuras para adorar o seguir, como se ve en las redes sociales. Esto puede ser para admirar, aprender o aplicar en su vida. Pero, la Biblia enseña que el Rey de Reyes y Señor de Señores está por encima de todos los reinos y su dominio abarca el universo. A este Rey debemos darle nuestra adoración.
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