Huellas en El Polvo: Reflexiones Para PeregrinosMuestra

Día 3: A la Mesa con el Resucitado
Después de escuchar las Escrituras, el corazón de los peregrinos comenzaba a arder sin que ellos lo supieran. Hoy, veremos cómo ese fuego se convierte en una revelación transformadora en un acto tan cotidiano como compartir la mesa.
Así sigue el relato de Lucas:
Al acercarse al pueblo adonde se dirigían, Jesús hizo como que iba más lejos. Pero ellos insistieron: —Quédate con nosotros que está atardeciendo, pronto será de noche.
Así que entró para quedarse con ellos. Luego, estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció. Se decían el uno al otro: —¿No ardía nuestro corazón mientras conversaba con nosotros en el camino y nos explicaba las Escrituras? ( Lucas 24:28-32)
Jesús los había escuchado con atención silenciosa durante todo el trayecto. Caminaba a su mismo paso, sus ojos puestos en el camino.
Entonces Jesús, percibiendo que su propósito estaba a punto de cumplirse, acepta la invitación de los caminantes y entra en su hogar. El Jesús resucitado, aunque no está en su casa, asume el rol del anfitrión, afanándose en servir el pan. Los caminantes lo observan con atención silenciosa. No comprenden por qué, con tanta familiaridad, elige el mejor pan y se apresura a la mesa. No entienden, pero tampoco lo detienen; no comprenden, pero desean que continúe. Jesús, tomando el lugar del Señor de aquella casa, busca, ordena, sirve con una naturalidad divina.
La mesa, ese lugar de comunión que Jesús escogió para una revelación más profunda, es el mismo lugar de comunión que compartimos hoy. Al participar de la Cena, recordemos que Él es el Señor, y que celebramos junto a nuestros hermanos al Jesús resucitado. Dejemos que sea él quien nos sirva, comamos y bebamos para que la llama en nuestros corazones se encienda por completo.
Y mientras permanecen a la mesa, sus ojos no pueden apartarse de sus movimientos. Él toma el pan, lo eleva hacia el cielo y pronuncia una oración de bendición. Los hombres, cuya memoria ya había comenzado a despertar al verlo bendecir el pan, no pueden evitar recordar aquella vez en el desierto, cuando alimentó una multitud hambrienta al elevar los panes y los peces y pedir la bendición del Padre. Pero su asombro crece aún más cuando las mangas de su túnica se deslizan lentamente por sus brazos, dejando al descubierto sus heridas. Sus ojos se abren, sus pupilas se dilatan, una oleada de emoción los embarga. En ese mismo instante maravilloso, sus corazones, en respuesta a la revelación del Espíritu, también se abrieron para reconocer al Jesús resucitado. ¡Es él! ¡Está vivo! Y si vivo él, viva nuestras esperanzas, ciertas las Escrituras. Cuando por fin logran reconectar con la realidad, Jesús ya no está, desvanecido tan repentinamente como había llegado.
Las marcas de sus heridas siguen siendo un recordatorio constante de nuestro perdón y liberación. Sus heridas eternas nos recuerdan que Él nos amó primero y que ahora somos parte de una gran familia, hijos de un mismo Padre. Por eso, en comunión y alrededor de la mesa todos somos iguales, ya no hay diferencias, todos rescatados, todos abrigados, todos peregrinos.
Reflexión personal:
¿De qué manera tu nueva familia en la fe ha sido una comunidad reconfortante en tiempos de dificultad? ¿Cómo participar de la mesa ha aumentado tu sentido de comunidad y fortalecido tu fe? ¿Qué podrías hacer esta semana para seguir el ejemplo de Jesús Resucitado y servir a tus hermanos?
Escritura
Acerca de este Plan

¿Te sientes desilusionado y sin esperanza? Acompaña a los caminantes de Emaús en este viaje devocional, donde descubrirás cómo el Jesús resucitado puede transformar tu perspectiva. Encuentra esperanza en las Escrituras y comparte esta buena noticia. ¡Únete a nosotros y aviva tu corazón!
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Nos gustaría agradecer a TRUE INFLUENCERS por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: conectarglobal.org