Dudoso: Explorando la fe como escépticoMuestra

Si le preguntas a alguien sobre la fe, Dios o Jesucristo, es muy probable que comenzará su respuesta diciendo “La Biblia dice...” Cuando teníamos seis años, las respuestas que empezaban con “La Biblia dice…” eran suficientes. Si Dios había escrito el libro, no había razón para cuestionar lo que éste decía.

Pero para algunos de nosotros, la frase “La Biblia dice” se volvió un tanto problemática cerca de los dieciocho años. Un libro de milagros no es suficiente para sostener la fe ante las preguntas difíciles del mundo de los adultos—preguntas como, ¿Por qué les pasan cosas malas a las personas buenas? ¿Por qué la ciencia y la religión no encajan completamente? ¿Por qué hay tanta maldad sin castigo?  

Si estas son tus preguntas—si tienes dudas acerca de Dios o si te sientes un poco escéptico sobre las historias del Antiguo Testamento que suenan como fábulas para niños—aquí tienes una buena noticia: cientos de miles de hombres y mujeres encontraron la fe aún antes de que existiera la Biblia. Su punto de partida no fue la frase “La Biblia dice.”  Fue otra cosa completamente, fue algo que sigue siendo el mejor punto de partida para nosotros, miles de años después. 

El pasaje Bíblico de hoy, que es parte de un discurso que el apóstol Pablo compartió con un grupo de filósofos en Atenas, nos da una pauta de cuál es ese punto de partida. Primero, es importante saber que si tienes dudas acerca de Jesús, Pablo es tu amigo. Fue tan escéptico acerca de Jesús que durante un tiempo persiguió y arrestó a los seguidores de Jesús. Pero algo cambió la forma de pensar de Pablo y posiblemente cambie la tuya también. 

En su discurso, Pablo comparte su explicación más convincente del porqué su audiencia debe creer que Jesucristo era, sin lugar a duda, el Hijo de Dios. Y el punto de partida que les da no son las enseñanzas de Jesucristo y ni siquiera la evidencia de los milagros. Pablo dice que la única prueba que se necesita es que Jesucristo se levantó de entre los muertos. 

Para cualquiera de nosotros que estamos explorando la fe, el mejor punto de partida no es creer en un libro. Es creer en una persona. Específicamente, es creer en lo que le sucedió a esa persona tres días después de su muerte.