Caer y morir como la semillaMuestra
"Abraza el dolor, abraza la muerte"
Es indudable que el sacrificio de Jesús es el sello que marca el caminar de todos nosotros que en Él creemos y quienes, por Su redención, hoy podemos llamarnos salvos, perdonados e hijos de Dios.
No puede ser posible que el cristiano huya del proceso de transformación y regeneración que debe sufrir para poder ser santificado conforme al carácter y la semejanza de Jesús.
Un hijo de Dios abraza el dolor, abraza la muerte que debe sufrir a su "yo", a su viejo hombre, a su naturaleza caída y pecaminosa. Un hijo de Dios no huye del procesamiento que el Alfarero ejerce en él para hacerlo como aquella vasija de uso útil y honorable para glorificar el Nombre de su Padre, a través del dolor y de la muerte que debe padecer su carne.
El mejor momento de gloria que, como hijos de Dios, podemos experimentar es aquel en el que nuestra carne está padeciendo dolor, sufrimiento y muerte; porque de esta manera, vamos a asumir la postura y el estatus que nos lleva a la estatura de Jesucristo: la postura y el estatus de rendición ante el Padre, el sometimiento absoluto y en humildad hacia Su Palabra y voluntad.
Aunque duela, abraza el dolor, abraza la muerte; no huyas del sufrimiento que traerá consigo la gloria que te llevará a experimentar el sacrificio de Jesús en ti para que cada día puedas resucitar a la vida que Él también te concedió a través de Su resurrección. Siempre he resaltado que la mejor condición en la que podemos estar delante de Dios es aquella que nos somete en mansedumbre y humillación ante Su presencia, ante Su verdad y Su Señorío.
Sufrir y morir es necesario; es vital para vivir la vida que Jesús impartió en nosotros cuando murió y fue resucitado por el Padre. No hay otra forma para renovarnos. Es a través del sacrificio y la resurrección de Jesús, lo que hará que en nosotros se forje Su carácter. Él abrazó el dolor y la muerte, Él abrazó la voluntad del Padre, no huyó, no se acobardó, obedeció. Aunque fue doloroso para Él, Él se entregó y no porque Él necesitara ese sacrificio, Él no murió por sus pecados, Él no pecó; Él murió por nosotros aún siendo pecadores e inmerecedores de Su sacrificio. Por amor al Padre, se hizo obediente, se hizo maldito por nosotros los malditos, y por Su sacrificio, fuimos libres de maldición. ¿Cómo entonces pretender dar por menos Su sacrificio y no rendirnos a la muerte de nuestra carne, cuando traerá consigo gloria y alabanza a su Nombre; la mejor ofrenda, el único sacrificio que en su poder podemos ofrecer y la mejor forma de agradar a nuestro Padre?
Escrituras
Acerca de este Plan
La realidad de todo cristiano es la muerte que tiene que sufrir día a día, hasta el último día de su existencia en este mundo; para poder cumplirse en él, el propósito de vida en Cristo Jesús. Como la semilla, debemos caer y morir para poder dar fruto, el fruto de la salvación; de lo contrario, no podría producirse Cristo en nosotros. No significa que sea fácil; por eso, este Plan explicará en qué consiste el morir, y al mismo tiempo, los beneficios que trae consigo.
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Nos gustaría agradecer a Marysela Ocampo O. por proporcionar este plan. Para obtener más información, visite: https://facebook.com/confiadosenJesucristo