El orgullo: el gran pecado oculto

Fragmento de la poesía “Plegaria desde las cenizas”, del libro Armonias (Jorge L. Zárate):

“Clava en mi carne el aguijón

y así morirá el orgullo.

Rastrilla poco a poco mi alma,

para que perezca la jactancia”.

Si observamos con atención, en ninguno de los dos listados del versículo del día aparece el orgullo. Entonces debemos comprender que siempre que dependamos de Él, nada de lo mencionado podrá hacernos daño, pero el orgullo es altivez y autosuficiencia, vanidad y engreimiento. Por lo tanto, la soberbia es lo único que nos aparta del amor de Dios. ¿Por qué? Porque es la manera de vivir independientemente de Él. También está escrito:“No hay lugar en tu presencia para los altivos” (Salmo 5:5); y además dice:“Pero a los orgullosos les da su merecido” (Salmo 31:23). Todo pecado que se comete encierra en sus fauces tintes de orgullo (¿acaso no es suplir una necesidad opuesta a la obediencia a Dios?). Con lo peligroso que es, y ¡qué poco se habla en las iglesias acerca de este veneno!

No obstante, en la Escritura encontramos la solución a esta enfermedad. Que hermoso es el poema escrito en Filipenses 2:6-11 que habla acerca de la humillación de Cristo y que Él no estimó el ser igual a Dios. Pero, es crucial detenernos en el versículo 5, el cual dice: "La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús". Según está escrito, la humillación constante delante de Dios debe ser nuestra actitud. Una vez que comprendamos lo que significa, se exteriorizará en hechos, tal como lo hizo Jesús, nuestro ejemplo.