Convicción, no acusación

Una de las mejores lecciones que he aprendido sobre el carácter y la naturaleza de Dios frente a la naturaleza del enemigo es cómo me hacen sentir cada uno de ellos después de haber cometido un error.

Jesús nos enseñó que el Espíritu Santo nos convencerá de nuestros pecados y nos guiará a toda la verdad.

Juan 16: 8 - Y cuando él [el Espíritu Santo] venga, convencerá al mundo de su pecado, de la justicia de Dios y del juicio venidero (NLT).

Juan 16: 13 - Cuando venga el Espíritu de la verdad, él os guiará a toda la verdad. No hablará por su cuenta, sino que les dirá lo que ha oído. Les hablará del futuro (LBLA).

Como el Espíritu Santo está en nuestras vidas, sabremos cuándo nos hemos apartado de la voluntad o la dirección de Dios. Pero el objetivo de esta convicción y revelación de la verdad no es hacernos sentir culpables o desesperanzados. Por el contrario, es para que nos arrepintamos y volvamos a Dios. No se nos deja en nuestro pecado y el Señor no permanece enojado o decepcionado con nosotros. Cuando el Espíritu Santo me convence de mi pecado, a menudo siento que es más como si me dijera: 'Jean, puedes hacerlo mejor'. O 'Sabes que esto no es lo más óptimo. Pero podemos volver a intentarlo juntos'.

Por el contrario, el enemigo, también conocido como el acusador de los hermanos, nos señala constantemente nuestro pecado y nos deja en un estado de desesperanza. Nos hace sentir que Dios nos ha abandonado, que no tenemos futuro y que no podemos recuperarnos de nuestros errores. Nos sentimos culpables, queremos aislarnos de nuestras comunidades y renunciar a todo lo que perseguimos.

En cuanto tengo un atisbo de desesperanza o la sensación de que no puedo recuperarme, sé que no es la voz de Dios la que me habla. El Espíritu Santo convence y no condena. Dios perdona, restaura y da vida. Cualquier otra cosa no es de él. ¡Otra gran razón para estar agradecido!

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