Una fe irresistibleMuestra

Día 4 – El Dios que hace fiesta

Reflexión:
Jesús contó de un hijo que pidió su herencia, la malgastó y terminó en lo más bajo. Todos los que lo escuchaban en el siglo I sabían lo que eso significaba: ese hijo no merecía nada. Era un caso perdido.

Pero la sorpresa está en el padre. En lugar de esperar con los brazos cruzados, Jesús lo describe corriendo hacia su hijo. En esa cultura, un hombre mayor no corría: era indigno, vergonzoso. Pero este padre rompe las reglas y corre porque su amor no cabe en protocolos.

Y no solo lo recibe: manda preparar la mejor ropa, un anillo y un banquete. Hace una fiesta. ¿Por qué? Porque “este hijo mío estaba muerto, pero ahora ha vuelto a la vida; estaba perdido, y lo hemos encontrado” (Lucas 15:24).

Esto es lo más cercano a cómo es Dios con nosotros. No importa lo que hayas hecho, no importa cuán lejos hayas corrido: el Padre no está esperando con reproches, sino con abrazos y música de fiesta. La gracia de Dios es escandalosa, desproporcionada, sorprendente.

Aplicación:
Si Dios hace fiesta por ti… ¿por qué sigues creyendo que eres una decepción para Él? Hoy, en lugar de insistir en tus errores, acércate a su abrazo. Recuerda: el Reino de Dios comienza con una bienvenida, no con un regaño.

Oración:
Padre celestial, gracias por correr hacia mí cuando no lo merecía. Gracias por vestirme de tu gracia, abrazarme en mi vergüenza y celebrar mi regreso. Enséñame a creer en tu amor más que en mis errores. En el nombre de Jesús, amén.