Teología de la gracia Muestra

Recompensas y la Gracia 

La teología de la gracia ofrece una mayor motivación 

La gratitud es motivo suficiente para que muchos vivan una vida piadosa. Pero para algunos, Dios ofrece más. Él nos anima a unirnos a las filas de los que quieren estar en su ejército y marcar la diferencia en este mundo. 

Él no nos recluta, nos invita (Romanos 12:1). Es un ejército de voluntarios (Salmos 110:3). Nos advierte de los rigores y sacrificios de la vida en el ejército (Lucas 7:8) y de emprender el camino del discipulado sin contar los costos, que podrían ser nuestras propias vidas (Lucas 14:26-33). Aparte de todo esto, también nos persuade.

Me atrevería a decir que la anticipación de las recompensas futuras es la mitad de la motivación que Dios utiliza para animarnos a unirnos a su ejército y a perseverar cuando las cosas se ponen difíciles. Está en todo el Nuevo Testamento.

La teología de la gracia hace una clara distinción entre el «don» y el «premio». El regalo es el don gratuito de la vida con Dios para siempre. No hay obras: «Dios los salvó por su gracia cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios. La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo» (Efesios 2:8-9).

Pero el premio es lo que Dios decide dar a los que le sirven sacrificadamente: «¿No se dan cuenta de que en una carrera todos corren, pero solo una persona se lleva el premio? ¡Así que corran para ganar!» (1 Corintios 9:24). 

El don excluye nuestras obras; el premio incluye nuestras obras.

La teología de la gracia no vincula nuestras buenas obras para entrar en el cielo

Las recompensas no tienen que ver conmigo y mi gloria, tienen que ver con Cristo y su gloria. La Escritura nos da diferentes metáforas para ayudarnos a entender las recompensas: oro, plata, piedras preciosas, coronas, etc. 

¿Pero qué hacemos con las coronas que recibimos? Las arrojamos a los pies de Cristo (Apocalipsis 4:10), declarando que solo Él es digno de llevarlas, ya que, sin Él no podríamos hacer nada de valor eterno (Juan 15:5).

Nuestras recompensas son una medida de cuánta gloria le damos a nuestro Salvador para siempre. Cuanto más nos parezcamos a Cristo en la tierra, más cualidades de su carácter reflejaremos, todo para Su gloria. ¿Qué es la gloria de Dios? Es la manifestación abierta de Sus atributos. Cuanto más nos parezcamos a Él, más de Su naturaleza manifestamos, más de Su gloria reflejamos.