VENCIENDO, LA ORFANDADMuestra

EL AMOR DEL PADRE

Una de las maravillas más hermosas de ser adoptado por Dios y miembro oficial de la familia real de los cielos será la manifestación de Su amor como Padre, tal como se ama un hijo legítimo, este será el mayor privilegio de ser hecho hijo de Dios, el poder disfrutar de Su amor inagotable, así como lo vemos ante las palabras de Dios hacia Jesús, el día de Su bautizo:

“Y hubo una voz de los cielos, que decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia” (Mateo 3:17).

De la misma manera como Dios ama a Jesús por ser Su Hijo cuando eres adoptado te extiende Su amor inagotable e incondicional, llevándose las raíces de tristeza y rechazo que afligen el corazón a causa del amor no recibido en la infancia. Es a través de la Escritura que podemos comprobar Su amor como Padre:

“Mira cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1).

Hacerte consiente de este glorioso amor evitará que busques llenar tus vacíos con placeres pecaminosos como los deseos de la carne, de los ojos o con la vanagloria de la vida que no son más que placeres momentáneos inspirados por el mundo, tal como lo vemos en la Escritura:

"No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no provienen del Padre, sino del mundo" (1 Juan 2:15-16).

Decide hoy renunciar a los placeres temporales del mundo y acepta el amor que como hijo de Dios el Padre Celestial te ofrece. Eres un hijo amado y nadie podrá apartarte de esta Fuente inagotable:

“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:37-39).