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Día 5: Perdonar para ser libres

El perdón no es sólo un mandamiento, es una puerta hacia la libertad. En el contexto pastoral, donde estamos constantemente expuestos a la opinión, el juicio y muchas veces a la ingratitud de otros, el perdón se convierte en un acto vital para preservar la salud del alma. No perdonar es quedarse atrapado en un ciclo que agota: rumiamos el dolor, justificamos el enojo, y terminamos llevando cargas que Dios nunca quiso que cargáramos.

Jesús habló con claridad sobre esto: si no perdonamos, nuestro Padre celestial tampoco perdonará nuestras ofensas (Mateo 6:15). Aunque suene duro, es una llamada a vivir con el mismo espíritu de gracia con el que hemos sido alcanzados. El perdón no excusa lo que nos hicieron, pero corta el vínculo del alma con la herida. No cambia el pasado, pero sí el efecto que tiene sobre nosotros.

Muchos pastores sirven con fidelidad pero con el corazón lastimado. Han perdonado de palabra, pero no han soltado del todo. Siguen recordando con dolor, reviviendo conversaciones, justificando distancias. El perdón no es una emoción, es una decisión espiritual: renunciar al derecho de cobrar una deuda. Y en ese acto, Dios obra sanidad.

Perdonar no es un evento único, es a veces un proceso. Y está bien. Dios no nos presiona, pero sí nos llama a soltar, para poder recibir. Mientras sostenemos la ofensa, no tenemos espacio para la paz. El perdón abre lugar al gozo. Y el gozo del Señor es nuestra fortaleza.

Hoy, Dios quiere aligerar tu carga. No por el otro, sino por ti. Porque Él sabe que solo el alma libre puede volver a volar.

Aplicación práctica: Haz una lista de personas que necesitas perdonar. Menciónalas en oración, una por una, y declara que las sueltas en el nombre de Jesús.