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Día 8: La actividad física restaura nuestras mentes

En el recorrido del agotamiento pastoral, muchas veces olvidamos que somos seres integrales: espíritu, alma y cuerpo. Aunque la dimensión espiritual es fundamental, el estado físico también impacta directamente en cómo vivimos y servimos. Nuestro cuerpo no es un estorbo para lo espiritual, es un instrumento sagrado para cumplir el propósito de Dios.

El apóstol Pablo escribió que nuestros cuerpos son templo del Espíritu Santo (1 Corintios 6:19). Esto implica cuidado, respeto y responsabilidad. No se trata de estética, sino de salud. Un cuerpo fatigado, descuidado o enfermo puede limitar nuestra energía, nublar nuestra mente y disminuir la calidad de nuestro servicio.

Dios no separa lo físico de lo espiritual. Jesús caminaba, subía montes, descansaba, dormía. Su vida nos muestra un equilibrio que muchas veces hemos perdido. Hacemos mucho por todos, pero poco por nuestro propio bienestar. Comer mal, dormir poco, vivir sedentariamente, es ignorar las señales que nuestro cuerpo da… hasta que colapsa.

La actividad física regular no es una moda. Es una herramienta de administración sabia del cuerpo que Dios nos dio. Caminar, movernos, respirar aire puro, activar la circulación, reduce el estrés, mejora el ánimo y nos ayuda a pensar con claridad. Muchos líderes redescubren su fuerza y creatividad cuando incorporan hábitos saludables en su rutina.

Cuidar el cuerpo también es una forma de mayordomía espiritual. Nos permite servir con energía, resistir la presión, y vivir con mayor gozo. La fatiga no solo viene del alma, muchas veces viene de la falta de cuidado físico. El descanso, el ejercicio y la alimentación son actos de obediencia cuando se hacen con propósito.

Aplicación práctica: Agenda hoy 30 minutos para moverte: una caminata, estiramientos, un paseo en bicicleta. Hazlo como un acto de honra a Dios con tu cuerpo.