Una pausa en tu vida AntologíaMuestra

Cadenas de oro

El historiador griego Herodoto de Halicarnaso cuenta en su libro que el Rey Darío, en una de sus tantas incursiones, se torció su tobillo. Llamó a cuantos médicos y curanderos había en el imperio pero nadie logró sanar su pie ni detener el dolor. El famoso médico griego Demócenes, descrito por Heródoto como el mejor de su tiempo, se hallaba preso por falsas acusaciones de herejía. Pero su fama como sabio en la medicina era tal que Darío envió a llamarlo desde la cárcel para que se presentara ante él y atendiera su dolencia. Demócenes accedió presentándose ante su rey encadenado. Luego del tratamiento adecuado, el tobillo de Darío estaba en perfecto estado.

El sarcasmo de este monarca era bien conocido entre sus allegados y no se hizo esperar en dicha situación, ya que, en recompensa por su labor, Darío regaló a Demócenes unos nuevos grilletes para sus pies, pero de oro.

De alguna manera, esta historia gráfica la realidad del ser humano, esclavo de sus propias pasiones, deseos, pecados y ambiciones, secretos prohibidos más íntimos y acariciados. Esa esclavitud crónica que, aunque se la quiera disimular con cadenas de oro, esclaviza igual. Aunque se quiera alumbrar los momentos oscuros de la vida con fuegos artificiales, sigue siendo una luz fugaz que deslumbra pero no alumbra. Aunque se quiera maquillar el cadáver, sigue siendo muerte irremediable y déspota, que no reconoce fronteras, sexo, cultura, ni moral.

Sólo con un encuentro personal y sincero con Dios, es que puedes ver tus cadenas caer para siempre, tu vida se alumbrará y experimentarás el nuevo nacimiento. El mejor trato de Satanás puede ser ofrecerte cadenas más bonitas y nuevas, pero cadenas al fin. Cristo, rompe las cadenas.

¿De qué le sirve a un condenado de por vida tener las cadenas de oro?