Una promesa celestial

Jesús habla a Sus discípulos de una promesa extraordinaria: el envío del Espíritu Santo.

Antes de enfrentar Su muerte, Jesús consuela a Sus seguidores asegurándoles que no los dejará solos, sino que, al pedir en Su nombre, recibirán todo lo que necesiten. La parte más profunda de esta promesa, sin embargo, es el envío de “otro Consolador”, el Espíritu Santo, que estará con ellos para siempre. Jesús no sólo dice que el Espíritu Santo estará con los creyentes, sino que vivirá dentro de ellos.Esta presencia interior es revolucionaria: ya no se trata de seguir a Dios desde la distancia, sino de tener Su misma presencia dentro de uno.

El Espíritu Santo se convierte en guía, consuelo y fuente inagotable de fuerza espiritual y de presencia viva. Es quien ilumina la mente, enseña la verdad y brinda consuelo en los momentos difíciles.

Cuando Jesús dice: “No los dejaré huérfanos”, promete una relación continua y viva a través del Espíritu Santo. La nueva vida que el Espíritu Santo ofrece es una transformación interior: los creyentes ya no son esclavos del pecado, sino que pueden vivir una vida plena, libre y guiada por la voluntad de Dios. Es una vida caracterizada por la paz, el gozo y el amor que trascienden las circunstancias terrenales.

El Espíritu Santo no es sólo una presencia pasiva, sino activa y vivificante. Él nos da fuerza en las debilidades, nos capacita para amar como Cristo amó y nos ayuda a cumplir la voluntad del Padre. Con Su presencia dentro de nosotros podemos experimentar una vida nueva, llena de significado y poder espiritual, que refleja la misma vida de Jesús.