«El Sonido De Los Cielos»Muestra

«Todos reciben una llama»

Mi amigo Jim Hennesy es el pastor de la Iglesia «La Trinidad», en Cedar Hill, Texas. Le pidieron que hablara en una conferencia a la que asistí. Acababa de entrar y sentarme mientras él anunciaba el título de su charla: «Reclamando el Pentecostés: todos tienen una llama». Fue uno de esos momentos en que unas pocas palabras tienen el poder de un enorme garrote. Pensé: ¡Eso es! El poder del Espíritu no está reservado solo para unos pocos. ¡Es para todo el mundo!

Al instante recordé el bautismo de Jesús cuando el Espíritu Santo descendió sobre Él como paloma, y permaneció en Él. Ese momento en el ministerio de Jesús es como la experiencia de los creyentes cuando el Espíritu descendió sobre ellos el día del Pentecostés. Sin embargo, antes de ese suceso en Jerusalén, Jesús explicó el papel del Espíritu. En la noche que lo traicionaron, dijo algo a sus discípulos, que debió confundirlos en ese momento, aseguró que «…el que cree en mí las obras que yo hago también él las hará, y aun las hará mayores, porque yo vuelvo al Padre. Cualquier cosa que ustedes pidan en mi nombre, yo la haré; así será glorificado el Padre en el Hijo. Lo que pidan en mi nombre, yo lo haré».

Casi puedo oír a los discípulos susurrando entre sí: «¿De qué habla? ¿De nosotros? ¿Cosas mayores que las que ha hecho? ¡Lo hemos visto limpiar leprosos, restaurar la vista a los ciegos, sanar a los enfermos, alimentar a las multitudes, y resucitar a los muertos! ¿Cómo es posible que podamos hacer más que eso?»

Sin perder el ánimo, les dio la respuesta: «…y él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el Espíritu de verdad». Minutos más tarde, Jesús les dijo: «Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto…».

El fruto del que Jesús hablaba, no se trataba solamente de una experiencia espiritual personal. Aunque lo es, es mucho más que eso. Jesús vino para dar, para amar, para sacrificarse, y para marcar la diferencia en la vida de cualquiera que le escuche. Tenemos un propósito mucho más grande en la vida que las experiencias personales estimulantes y autoindulgentes. El fin del Espíritu, es transformarnos de adentro hacia afuera, para que podamos tener un corazón para las personas como el de Jesús.