Ha nacido el Salvador

¡Jesús nació! ¡Dios cumplió su promesa! El Mesías esperado ya estaba en la tierra y nada alegraría más al pueblo de Dios que estas noticias. Es hermoso recordar que Jesús vino a nacer como el plan redentor de Dios para un pueblo pecador y desviado, pero a veces perdemos de vista otra realidad que resplandece junto con ésta en el nacimiento de Cristo. Esta realidad es la gloria y el misterio de la encarnación de Dios.

Jesús no tiene principio ni final, Él es el Dios eterno. Por medio de Él fueron creadas todas las cosas, por lo que es un error creer que el nacimiento de Cristo fue su principio o su creación. Más bien, la Biblia nos enseña que su nacimiento fue su encarnación. ¡Esto es glorioso!

Medita en esto: el Dios poderoso, creador del cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos, tomó forma de creación. Aquél cuya vestimenta es la santidad, gloria y majestad, se vistió de carne y hueso. Aquél que sostiene toda la creación con Su Palabra vino a nacer como un bebé balbuceante. Aquél que recibe día y noche adoración en el cielo, venía a este mundo a ser rechazado, injuriado, menospreciado y, finalmente, asesinado. Todo por elección propia, todo por amor.

Tan solo pensar en esto constriñe mi corazón. ¡La humildad de Cristo es escandalosa y cautivante! Cristo no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que Él tomó forma de siervo, hecho semejante a los hombres, y aún estando en la condición de hombre se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. (Fil. 2:6-8) ¡Gracias a Dios por Jesucristo!

ORACIÓN
Señor, ¡qué misterio tan grande es la encarnación! Ayúdanos a comprender el acto de amor y humildad de Cristo, y a responder ante ello con la misma actitud de siervo hacia Ti y hacia los demás. En el nombre de Jesús, amén.